lunes, 21 de junio de 2010

ARGENTINA La paternidad es mucho más aceptada que la domesticidad LAS 12 PAGINA 12



En la clase media, sólo el 3 por ciento de los varones no se ocupa de ninguna tarea relacionada con la paternidad. En cambio, 1/4 de ellos no se involucran en ningún trabajo doméstico. En la semana del Día del Padre, es un dato que los hombres aceptaron, decidieron o desearon involucrarse en la crianza pero no en tareas relacionadas con lo doméstico. La socióloga Catalina Wainerman habla sobre la desigualdad más invisible, la que se esconde detrás del polvo y la ropa sucia.


Por Luciana Peker

Habla bajo, pero es una mujer fuerte. Es una de las académicas con más trayectoria y reconocimiento de la Argentina. Le cuesta contar su vida doméstica con sabor a hogar y sin grandilocuencias. Pero cuenta. Ella tiene 76 años y una actual pareja que conocía desde los 15, y con la que pudo reencontrarse. Pide que no lo pongamos. Le pido que sí. Que humaniza las cifras sobre el reparto de las tareas domésticas. Accede sin entender para qué sirve contar algo que no se encuentre en sus libros. No sé si le digo, pero lo sé y se siente como un eco que retumba: a veces la injusticia de las diferencias deja en un camino de resignación o rencor a las mujeres con los varones (y viceversa), y su investigación demuestra inequidades que tajean la vida cotidiana o la vuelven un maratón. Por eso, su propia vida también da cátedra. Catalina Wainerman es la socióloga que se ha dedicado a estudiar quién lava los platos y quién paga los platos rotos.

Y su intimidad la muestra pudiendo ver los logros y las deudas, pero también acordando y disfrutando de los encuentros, como su gusto por el arte, que deja ver en la conversación con la fotógrafa. “¿Para qué te va a servir?”, pregunta ella. Y yo siento en esa pista –su propia vida– una pista sobre qué hacer con el mapa de las desigualdades íntimas. Ni aceptarlas. Ni huir de la cotidianidad compartida. Buscar. Es una enseñanza fuera de los manuales de Catalina Wainerman, la compiladora de Familia, trabajo y género (un mundo de nuevas relaciones) y autora de La vida cotidiana en las nuevas familias: ¿Una revolución estancada? Y directora del Doctorado en Educación de la Escuela de Educación de la Universidad de San Andrés.

¿Se identifica como feminista?

–No me identifico como feminista, sino como una persona que ha trabajado desde la década del setenta, desde la investigación y desde una perspectiva de género de la cual todavía no se hablaba en Argentina en esa época, sobre el mundo laboral de las mujeres siempre mirado con relación al mundo laboral de los varones.

¿Por qué no se identifica con el feminismo, conociendo las desigualdades que todavía marcan a las mujeres?

–El feminismo es una política y una filosofía. Pero lo que a mí me interesa y preocupa son los derechos humanos y la igualdad de oportunidades, en este caso, de varones y mujeres. Además, lo he vivido y lo vivo. Las mujeres de hoy tienen acumuladas una cantidad de batallas ganadas.

¿Cómo fue su propia batalla?

–Yo, en 1964, me fui a estudiar con quien era mi marido, que, en realidad, no era mi marido, porque nunca nos casamos –ni jamás pasé por el Registro Civil porque el señor era separado–, o sea, ya hice la transgresión de unirme con un hombre separado. No era lo más fácil estar con alguien separado, pero mis padres (Adela, ama de casa, y Pascual, dueño de una imprenta) lo aceptaron porque era inteligente y capaz. Y después de hacer la licenciatura en Sociología, en el ’64, nos fuimos a estudiar a Estados Unidos hasta 1967.

Los dos estudiaban, pero ¿también compartían de igual manera las tareas domésticas?

–Si yo iba al lavadero, lavaba la ropa. En cambio, si iba él pagaba para que la lavasen. Pero no sólo era la lavada de la ropa, sino la limpieza de la casa. Los dos teníamos iguales becas externas del Conicet (para hacer la maestría y el doctorado) en la Universidad de Cornelle, en el Estado de Nueva York, en un lugar hermoso, con cascadas, donde nos quedamos tres años. Los dos teníamos las mismas obligaciones en los estudios, las mismas responsabilidades en los informes del Conicet y la misma beca en términos de dinero. El grado de exigencia era altísimo. A la vez, la casa se limpiaba una sola vez por semana. En Argentina es mucho más exigente la limpieza que en Estados Unidos. Pero esa única vez por semana la que limpiaba era Catalina. Igualmente, sí se cocinaba todos los días y yo hacía la comida todos los días a la noche (y se comía lo mismo al mediodía). Mientras yo estaba revolviendo la cacerola, él estaba leyendo en un sillón el artículo para el día siguiente. Entonces, yo con una mano cocinaba y con la otra mano tenía el artículo que también tenía que leer para el otro día.

¿Con qué mandatos la educaron con respecto a las tareas domésticas?

–Yo tenía las pautas de una madre para la que la limpieza eran los pisos, el bronce y todo, pero eso era muy común en la clase media porteña. Yo no enceraba ni hacía nada por el estilo en nuestra casa de Estados Unidos, pero lo poco que se hacía lo hacía yo y César no. Y los dos teníamos las mismas obligaciones.

¿A partir de lo personal empieza a darse cuenta de que esa diferencia trascendía su casa y que era una desigualdad entre varones y mujeres?

–Yo me doy cuenta de la desigualdad. Pero fui criada en valores que no correspondían a que una mujer estudiara, obtuviera una beca y se fuera a Estados Unidos a hacer un doctorado. En mi infancia, recuerdo a mi madre avizorando desde el balcón cuando estacionaba el auto mi padre al mediodía –porque, en ese momento, se volvía a comer a la casa– para, rápidamente, prender el horno, la plancha o lo que fuere y que la comida estuviera en la mesa en el momento en que él se sacaba el saco. Después de años de ver eso, aunque yo lo criticaba, se te mete en las tripas. Además, mi ex pareja –que era primo del Premio Nobel Cesar Milstein– vivía en una pensión, entonces no tenía una mamá que le enseñase a ordenar su placard, poner la mesa o lavarse las medias. Y entonces él no tenía idea de nada. Un año y medio después de vivir en Estados Unidos nos vienen a visitar mis padres. Yo me voy a buscarlos a Nueva York por cinco días. Mi preocupación era qué hacía él con la casa. Por primera vez, enceré los pisos para que a mi madre no le diera un ataque (risas). Pero ahí sí limpié más de dos horas y dejé todo impecable. Y le recontra recomendé a mi pareja que cuidara la casa. El pidió ayuda a unos amigos. Y cuando vuelvo con mis padres, abro la puerta y está todo en orden. Cenamos y los dejamos en un hotel. Cuando volvemos y veo la cama –que tenía el cubrecamas extendido– me doy cuenta de que no había nada debajo porque no sabía hacer una cama. ¡Mirá que hay que empeñarse! ¡Tenés que poner esfuerzo en no aprender a hacer una cama!

¿Cómo son los varones de hoy?

–Creo que ha habido cambios. Hay una mayor participación y conciencia, sobre todo en los sectores medios más educados, sobre los derechos de ambos, fundamentalmente porque ha habido un aumento sustancial de hogares de dos proveedores, respecto del modelo de hogar tradicional de un solo proveedor varón. Hay más conciencia de los derechos de las mujeres en ciertos grupos, aunque son minoritarios. En todo el mundo, además, se diferencia la esfera del hogar de la esfera de los hijos.

¿Los varones están más presentes como padres que como coequipers de la cotidianidad doméstica?

–La paternidad es mucho más aceptada que la domesticidad. O la domesticidad sigue siendo más rechazada que la paternidad. Eso se puede ver: cuando vas a las reuniones llamadas –eufemísticamente– de padres ves una abundancia de padres. Hay una gran diferencia con mi época: hay muchos padres en la puerta de la escuela llevando o trayendo a sus hijos. Y hay una diferencia muy grande entre los actuales varones y sus padres. Nosotros hicimos un cuidadoso análisis en doscientas familias para ver cuánto participa cada integrante en las tareas domésticas y de las tareas de los chicos, y las mujeres seguimos siendo las que tenemos la mayor participación, tanto en los hogares de un proveedor como de dos proveedores y con chicos chicos, que es cuando la situación se pone más al rojo vivo. En general, las mujeres, salgan o no al mercado de trabajo –igual que los varones–, siguen teniendo la mayor responsabilidad en las tareas del hogar y de los niños, salvo en el cuidado del auto o lo que yo llamo el cambio de los cueritos o el arreglo de la plancha, que sigue siendo dominio masculino, aunque ha crecido la participación de las mujeres, según la encuesta en doscientos hogares que hicimos en la ciudad de Buenos Aires y el Gran Buenos Aires.

¿Las mujeres cambian más las lamparitas?

–Ha crecido la participación de las mujeres en esos arreglos. También antes era exclusivo de los varones el manejo de los varones y la obediencia de los chicos con eso de “ahora cuando venga tu padre vas a ver” y ahora, también, las mujeres participan más. Mientras que hay una mayor participación de los varones, sobre todo, en el cuidado de los chicos.

¿Por qué los varones eligieron cambiar más en la paternidad? ¿Porque descubrieron que los hijos son disfrutables y las tareas domésticas son ingratas, o por otros valores?

–Por todo eso. Pero que ha habido un cambio de valores y de discursos es seguro. En la Argentina, además, el psicoanálisis ha puesto de relevancia el papel de los padres en la crianza de los hijos. Todo confluye en que haya mayor sensibilidad en el ejercicio de la masculinidad. Y, por otra parte, puede ser que dé más satisfacción.

A pesar de ser una gran responsabilidad, los hijos generan risa y dan mucho amor...

–No me cabe duda. Pero así como se les enseñaba a los varones que no podían llorar, también se les enseñaba que no podían mostrar la debilidad de sus sentimientos. Un hombre no podía decir en el trabajo “falto o llego más tarde porque voy a la fiesta de fin de año del colegio de mi chico”, pero hoy se puede. Me acuerdo cuando, en los principios de los ochenta, un colega economista se negó a ocupar un cargo porque ese año lo iba a acompañar a su hijo en la preparación para el ingreso al Buenos Aires, yo me quedé de una sola pieza.

¿Por qué académica y socialmente se le da tan poca importancia al reparto de tareas domésticas o la igualdad salarial como deudas pendientes con las mujeres?

–No te lo puedo responder. Yo soy una investigadora y me gusta hablar de lo que investigué. En este punto hablo como lectora de diarios: es más frecuente leer sobre la violencia doméstica, la salud sexual y reproductiva (que ha sido motorizada por gente del mundo de la academia) que del tema laboral y la división del trabajo, que está muy poco visibilizado.

En España hay, incluso, una asociación de Hombres por la Igualdad que salieron a la calle a planchar para pedir mayor democracia en el reparto de las tareas domésticas. ¿Por qué en la Argentina el tema no aparece en la agenda de propuestas públicas o de organizaciones no gubernamentales?

–Coincido con vos, como lectora, en que no es algo tan visible. En Suecia y Noruega –que son países modelo– hay leyes al respecto, pero acá ni siquiera es un discurso muy escuchado.

¿Las mujeres están contentas con el progreso generacional y dicen “qué suerte que mi marido lleva un día a mi nena a taekwondo” o ven la falta de paridad actual y se quejan diciendo “¿por qué yo tengo que trabajar y la maestra me manda los deberes a mí?”.

–La cosa funciona de manera diferente en los sectores bajos y medios educados. En los sectores bajos, la maternidad está valorizada como algo muy importante. El tema de la realización personal es un invento de los sectores medios. Las mujeres que, por ejemplo, tienen que salir a trabajar como cartoneras dicen que se quedarían con gran placer con los hijos. Ellas valoran la familia y la maternidad. Las mujeres de los sectores medios tienen puesto el casete –porque es un casete que se reitera–, es el discurso que encontrás en las revistas femeninas modernas y aggiornadas “una no tiene por qué elegir y yo no dejaría mi trabajo”.

¿Esta diferencia entre sectores pobres y medios está dada porque las mujeres más humildes no tienen otras alternativas o porque tienen otros valores?

–Son las dos cosas. Por un lado, tienen valores claros. Y la otra es que cuando mirás sus condiciones objetivas te das cuenta de que no se van a realizar siendo empleadas domésticas de la peor especie: lavar la roña de los demás y comer las sobras de la comida ajena o trabajar de cartoneras. Entonces, si tienen quién las provea y se pueden quedar en su casa con sus chicos, no hay duda sobre qué elegir. Hay valores y circunstancias objetivas.





jueves, 17 de junio de 2010

ARGENTINA La selección de fútbol y las Abuelas de Plaza de Mayo

A propósito del Mundial de Sudáfrica

EL SALVADOR Entrevista a Rebecca Peters, activista antiarmas Parte II EL FARO

Continuación

Vivimos en un país con un altísimo índice de homicidios, con un arraigado problema de crimen organizado, y con una ciudadanía francamente atemorizada, donde los espacios públicos no son públicos... En este contexto, ¿no resulta lógica la pregunta de por qué no puedo sacar mi arma y disparar contra quien quiera agredirme?


El peligro no es un invento, pero la idea de que la solución es un arma, eso sí que es un invento o es una idea que viene como de las películas.

Pruébelo.


Las investigaciones demuestran que tener un arma en casa aumenta la probabilidad de una muerte por homicidio o suicidio en tu casa. Aumenta dos veces el riesgo de homicidio y tres veces el riesgo de suicidio. También en El Salvador se hizo una investigación, creo que fue Fespad, mirando la situación de la gente que trató de defenderse con un arma de fuego y descubrieron que al intentar defenderte en un asalto con un arma de fuego, en lugar de ayudarte eso aumenta el peligro para las dos personas. Es que la realidad no es como en las películas: un arma de fuego no te brinda protección. Hay un sondeo interesante que hizo la escuela de salud pública de Harvard en Estados Unidos, pero que creo que tiene validez en otras partes. Preguntaron a las personas: "Si tus vecinos tienen armas en casa, ¿eso aumenta o reduce la seguridad de tu barrio?" Y la gente respondió que no les gustaba la idea de que sus vecinos estuvieran armados, porque eso reducía la seguridad. Y luego les preguntaron: "¿Y tú tienes armas en casa?" Y la gente respondió: "Si yo lo tengo eso aumenta la seguridad, pero si otros la tienen, se reduce". La gente tiene la tendencia a pensar que en determinada situación "yo sería el héroe, yo voy a saber qué hacer"... y la realidad es otra.


Repito una idea cuya autoría no es mía: “En El Salvador hay pandillas juveniles cada vez mejor armadas. Hay armas en poder de niños de 12 años. Ellos no fueron a registrar su arma, les llegó de parte del mercado negro, en cambio yo soy un ciudadano de bien, que registra su arma. Si tú me quitas la posibilidad me dejas desvalido frente a los malos, porque ellos sí pueden portar armas, porque no las registran”.


Bueno, no creo que haya una propuesta en El Salvador para prohibir las armas. La idea de que las van a quitar de los ciudadanos de bien... Pero es posible, por ejemplo, que algunas personas que ya tenían armas ya no califiquen, entonces tenían que ver si podían hacerse calificar.


¿Entonces sí tiene sentido esta lógica?


Es que hay que mirar desde el punto de vista de que es el mercado de armas de los ciudadanos de bien el que está alimentando el mercado ilegal para los delincuentes, entonces desde el punto de vista de la política pública, desde el punto de vista de la prevención, hay que tratar de restringir las fuentes de armas en el mercado ilegal.


¿Cuáles son las restricciones? Vayamos subiendo niveles, comencemos con un nivel bastante permisivo. ¿Quienes quedan fuera primero?


Los ciudadanos que tienen antecedentes criminales. Uno puede decidir qué tipos de antecedentes penales. Por ejemplo, existe una red de mujeres que tenemos una campaña enfocando el hecho de que en muchos países cuando miran para ver si sos una persona violenta miran si has sido procesado por algún asalto a un banco, pero no miran la cuestión de si sos una persona que practica la violencia intrafamiliar. Creemos que la violencia intrafamiliar debería ser un criterio que descalifica a una persona para comprar un arma, pero muchos países y ciertamente en la mayoría de Latinoamérica, la violencia familiar no entra, no hay mención en la Ley de Armas, y eso es una cosa negativa.


Tenemos ya el primer nivel: descalificamos a todos los que tengan antecedentes criminales y a los que han golpeado a su pareja o a quienes cometan violencia recurrente contra sus hijos. Subamos.

También hay criterios de edad. La edad mínima ahora en Brasil la han subido a 25 años. Otra cosa: uno de los puntos más importantes que marca la diferencia entre países es que hay países que dicen que tenés que comprobar una razón y otros países que no te lo piden y creo que El Salvador no te la pide.


¿Y qué razones hay para argumentar que querés un arma?

En países que la gente tiene armas para ir de caza, tienen que comprobar dónde vas a ir de caza, qué es lo que vas a cazar y que tenés permiso de hacerlo y cosas así. A veces la gente dice "quiero un arma para deporte", y dicen que van al club de tiro y entonces ahora en Europa requieren que el club de tiro lo certifique y que el club de tiro pueda perder su licencia para funcionar como club de tiro si resulta que esa persona tiene un arma y comete violencia, entonces le supone al club una responsabilidad muy grande.


¿A parte de la caza y el deporte se le ocurre alguna otra razón lógica?

El punto más controvertido es la idea de tener un arma "porque temo a la delincuencia", porque anticipo que voy a querer matar a otra persona. Quieres un arma porque quieres matar a una persona que te está agrediendo. Ahí se distinguen los países. En los de Europa en general no te dejan tener un arma por esa razón, porque han decidido que la idea de que un civil tenga un arma anticipando que va a matar a otro civil no es aceptable en sus sociedades. Cada sociedad tiene que decidir.


Aquí se ha propuesto la posibilidad de restringir la portación de armas pero dejar habilitada la tenencia de armas. ¿Sirve?


Sí. Yo al principio había pensado que la cosa más importante es si se permite a alguien tener un arma, y si la van a portar o no, me parecía que no era tan importante; pero los estudios han demostrado lo contrario, específicamente en Colombia, que es un país también muy violento, donde han hecho estas vedas de armas en ciertos períodos o lugares y vieron una disminución particularmente en períodos como fines de semana, que eran momentos donde la gente está bebiendo mucho alcohol o donde hay eventos públicos y han visto una disminución de las muertes por armas de fuego. Entonces eso me ha convencido de que prohibir la portación de armas es una medida que sí sirve a reducir la violencia.


¿Hay evidencia científica que demuestre que las armas de fuego son un factor de riesgo y que incrementa la violencia?

Sí.

¿Y esta evidencia no existe desde hace dos semanas sino desde hace años?

Sí.

A la luz de la experiencia comparada es obvio que las armas de fuego son un factor de riesgo para los países.

Sí.

¿Cómo se explica que gobiernos como el de El Salvador no hayan sido capaces de ver algo que a usted le parece obvio?

Bueno, sólo hace un día que estoy aquí... te digo un poco lo que deriva del conocimiento que tengo de otros países: sabemos que en muchos países, especialmente las democracias relativamente nuevas, que las políticas públicas sobre seguridad nacional no están muchas veces informadas por la investigación, los estudios, sino que están basadas más en ideología y cosas así. También sabemos que en muchos países hay una coincidencia entre las personas que importan y venden armas que son muchas veces personas que tienen mucha influencia en la sociedad, a veces en círculos políticos, a veces en círculos militares y esto puede ser que se aplique en El Salvador, yo no sé, pero muchas veces las personas y las organizaciones que se benefician de la venta y la proliferación de armas tienen un poder desproporcionado comparado con el peligro que están creando en la sociedad y también yo creo que falta... viendo aquí en El Salvador me parece que la gente está muy ansiosa por la cuestión de seguridad, sienten mucho la inseguridad, pero me parece que no hay un discurso público muy grande sobre la cuestión de las armas y entonces si el gobierno no siente presión pública para cambiar la política entonces no lo va a hacer.


Es un hecho que las políticas de mano dura disparan, diversifican y especializan al crimen organizado. Los números demuestran en El Salvador, que son políticas fracasadas, que no sirven y que agravan el problema, pero la población las aplaude. ¿Qué respalda su idea de que la sociedad civil estará más informada que los que se suponen especialistas, o sea, el gobierno? ¿No es un poco romántica la idea de la sociedad civil tomando la primera acción de cara a esto?


Yo diría que soy optimista. De alguna parte tiene que surgir la conversación y tiene que comenzar. Me parece que no la están teniendo y es una lástima en un país donde las armas están implicadas en tanta y tanta violencia. Tal vez desde las iglesias. En otros países las iglesias han sido muy importantes en estimular esta conversación y también la comunidad de salud pública, los médicos... Vimos en 2008 por primera vez la reunión de ministros de Salud de las Américas, hicieron una declaración que se llama la Declaración Panamericana de Ministerios de Salud, donde declararon que la disponibilidad de armas de fuego es un factor de riesgo y esa es la primera vez que a nivel regional los ministros de Salud se implicaron. Entonces yo espero, pienso, tengo que pensar que cuando vemos estos otros líderes de opinión pública, de personajes que son muy respetados, iglesias, médicos, cuando ellos comienzan a implicarse, que ojalá que la población en general los siga, pero sí, me parece que hace mucha falta en El Salvador.


¿Usted le va a hacer una propuesta concreta al ministro de Seguridad de El Salvador?


No, yo lo que le voy a decir es lo que sabemos con la experiencia que tenemos en otros países. Yo como extranjera no vengo para decir "tienes que hacer esto y esto", también sé que el gobierno nuevo, que es relativamente nuevo, claro, tienen muchísimos problemas de todo tipo de cosas, pero yo no sé... le voy a decir que tiene que ser como muy alto en la agenda este tema, con mucha más como voluntad que antes y eso sería una cosa que me parece buena que podría hacer el gobierno nuevo.





EL SALVADOR Entrevista a Rebecca Peters, activista antiarmas Parte I EL FARO


"Que el arma es una solución es un invento que viene de las películas"

Dirige la red más grande en el mundo contra el uso de armas de fuego ligeras y eso le permite tener un mirador panorámico y concluir que a menudo las democracias jóvenes definen políticas sobre armas con base en ideología, y no información técnica. Esa falta de información está detrás de la tesis de que los buenos necesitan armas para defenderse de los malos.

Rebecca Peters. Foto Frederick Meza


Por Carlos Martínez / Fotos: Mauro Arias
Publicado el 28 de mayo de 2010


“Soy Rebecca Peters, soy australiana y fui periodista en New South Wales, en Sydney, uno de los estados que fueron más permisivos con las armas en Australia. No podía creer que un gobierno lleno de gente que ha estudiado y con tantos asesores promoviera estas políticas y me fui a estudiar derecho, porque me pareció que las personas que están ahí en la mesa de decisión son abogados. Mientras estudiaba el primer año ocurrió una matanza de ocho personas que fueron asesinadas por un tipo en un centro comercial en Sydney, un tipo que había conseguido el arma legalmente. En esos días la ley requería que pusieras una razón por la que querías portar un arma, pero no tenías que comprobar nada y él había dicho que quería un arma para ir de caza... pero no dijo lo que iba a cazar y mató a estas ocho personas. Esto fue en 1991. Me pareció que hay muchos problemas sociales que son difíciles de abordar con legislación: racismo, machismo... pero este es un producto fabricado legalmente y que se puede regular con la legislación y me pareció ridículo que la ley había permitido esta cosa. Entonces me di cuenta de que la gente que estaba haciendo campaña no sabía mucho de cómo manejar los medios, eran poco organizados, me metí en eso y llegó a dominar mi vida. 


Terminé el derecho pero nunca he trabajado como abogada, sino siempre como activista, pero nunca pensé que iba a pasar 20 años en este tema. Finalmente, en Australia, unos años después, logramos un acuerdo entre los ocho estados para tener estándares iguales; ahora es requisito que compruebes la razón por la que quieres un arma, hay 5 años de prohibición a las personas con un historial de violencia intrafamiliar y prohibición de la importación y venta de armas semiautomáticas, y varias otras prohibiciones. Y hemos visto una reducción muy dramática en la violencia por armas de fuego en Australia. Ahora soy directora de esta red mundial. Somos una red de 900 organizaciones de la sociedad civil en 120 países... Sí, sí voy ganando esta lucha. Ahora las Naciones Unidas se han implicado y eso legitima el tema para muchos gobiernos... había una vez que los gobiernos pensaban que la violencia era como la lluvia, una cosa que simplemente ocurre y que no se puede hacer nada... ahora reconocemos que la violencia se puede prevenir, tal vez no completamente, pero se puede prevenir al menos la gravedad”.


¿Cuál es la lógica con la que opera la lucha por restringir el uso de armas de fuego?


Bueno, la lógica es que sabemos que las armas de fuego son productos diseñados para un objetivo: matar. Hay que reconocer eso: no son zapatos. La naturaleza de este producto no está reconocido en las leyes o en las políticas públicas. En los años 90s comenzó una proliferación muy grande de armas ligeras en el mundo y las políticas públicas no se han puesto acordes, no han avanzado al mismo tiempo que la proliferación de armas. Sabemos que las armas ligeras de fuego no necesariamente son una causa de violencia, pero multiplican la probabilidad de que una persona resulte muerta, multiplican la probabilidad de que muchas o varias personas mueran en lugar de una sola y reducen la capacidad de resolver una situación de conflicto en una manera no violenta. La presencia de las armas de fuego multiplican el peligro.


¿La presencia de armas de fuego multiplica la violencia?

La gravedad y la probabilidad de que un potencial de violencia se convierta en violencia.


¿Y usted puede probar eso?

Sí. En situaciones de conflicto entre pueblos y también en situaciones de conflicto entre personas. Sabemos, por ejemplo que en un asalto en el que está involucrada un arma de fuego hay 12 veces más probabilidades de que alguien resulte muerto, comparado con un asalto que no implique un arma de fuego.

Es un hecho que las armas son unas maquinitas que tiran proyectiles que matan. La pregunta es si existe una relación directa entre los países que son más permisivos con el uso de armas de fuego y la violencia.
No se puede decir que es el único factor. Hay otros factores en la violencia como la pobreza, el desempleo, la inequidad... pero mirando a países que son más o menos parecidos en estos contextos sociales y económicos, podemos decir que sí, que la disponibilidad de las armas de fuego, especialmente las armas cortas, las pistolas, aumenta el suicidio y el homicidio. Queremos regular, restringir las condiciones para poder usar un arma y tratar de mantener bajo control la proliferación de armas de fuego.


¿Por qué la palabra es regular y no prohibir?

Porque en este momento sólo hay uno o dos países en el mundo donde se prohíben completamente las armas de fuego para los civiles. En ningún país están prohibidas completamente las armas de fuego, porque todos los países del mundo compran armas de fuego para sus fuerzas armadas y sus policías. Todos los países son parte del mercado y también la gran mayoría de países permiten a los ciudadanos tener armas de fuego de algún tipo en algunas condiciones y a mí me parece que no es práctico decir que queremos una prohibición total de armas de fuego. La cuestión es cuáles son los usos legítimos. En muchos países se permiten las armas de fuego para ir de caza, pero en ese caso no son pistolas, sino fusiles de caza o escopetas, y esas son armas menos populares para la delincuencia.


La regulación del uso de las armas de fuego, desde un uso libre hasta un uso restringido, tiene una lógica inversa con otro gran mercado, que es el de las drogas. Las regulaciones más liberales y aquellos países que han padecido de forma más terrible el narcotráfico, creen que para desarticular el daño que causa este mercado habría que legalizarlas. En las armas parece que la lógica es la inversa. ¿No hay lecciones que aprender del  mercado de drogas?


La diferencia entre el mercado de drogas y el de las armas es que las drogas son ilegales desde el momento en que se cultivan o se crean en el laboratorio. La vida entera de las drogas es ilegal y en ningún momento logra el gobierno regularlas y la lógica del movimiento de salud pública dice que es mejor regularlas, que se produzcan en condiciones controladas y que la venta sea controlada y que el hecho de que sean ilegales aumenta mucho el peligro y la letalidad del mercado. Las armas de fuego, todas o casi todas, son creadas en una fábrica que en algunos países incluso es estatal o simplemente autorizada por el gobierno. Las armas de fuego comienzan la vida bajo control del gobierno y el problema es que después, cuando comienza la cadena de comercio, como las restricciones no son buenas, salen al mercado ilegal. Entonces con las armas de fuego podemos -como comienzan su vida bajo control del gobierno- mantener las barreras para prevenir que entren en el comercio ilícito y eso es una diferencia muy importante. Por otro lado, las drogas son productos que se consumen, y entonces eso también cambia la dinámica. Las armas de fuego son un producto que dura y que se puede controlar legalmente.


Según la policía, en El Salvador el mercado legal es el principal abastecedor del mercado negro. ¿Políticas restrictivas no engordan, encarecen y empoderan al mercado negro?


No, porque como dices, el mercado legal alimenta al mercado ilegal, entonces lo que estamos intentando hacer ahora es mantener la división. Es muy distinto un mercado donde ya hay regulación y se puede endurecer. Si califican menos personas en El Salvador para comprar armas legalmente, cada persona que compra un arma legalmente es un punto de potencial desviación al mercado ilegal. Reduciendo el número de personas que pueden comprarlas legalmente reduce el número de puntos de desviación. También porque el mercado legal es abastecido por las importaciones legales, entonces reduciendo la demanda en el mercado legal se reducen las importaciones, también restringiendo el tipo de armas que se pueden vender a los civiles y muchas veces también limitando el número, el tamaño de arsenales que los civiles pueden construir. Sabemos que muchas personas compran armas simplemente porque las pueden comprar, porque los amigos tienen, porque quieren ser machos o a veces quieren comprar un arma porque están enojados, deprimidos, celosos, cosas así y cuando se alza el nivel de la dificultad de calificar para tener un arma, cuando uno se da cuenta de que es difícil, ya abandonan la idea.


¿Ha visto el tamaño de El Salvador?

Pequeño.


Estamos apretados en un espacio ínfimo junto con otros países que en suma somos el lugar más violento del mundo.  El problema salvadoreño lo comparten los vecinos Guatemala y Honduras. ¿Tiene sentido una política pública restrictiva que no sea regional?


Vemos Centroamérica como una región que debería estar trabajando con políticas armonizadas a nivel regional. Parte de la lógica del programa de acción de las Naciones Unidas sobre armas ligeras se basa en el hecho de que las armas cruzan fronteras muy fácilmente. Eso lo vemos también en Estados Unidos, entre los estados: en Nueva York hay una ley muy restrictiva, pero al lado está Pensilvania y otros lugares y pasa lo que llaman en los Estados Unidos un río de acero: las armas son adquiridas legalmente en esos estados donde la ley es más débil y las trafican al estado donde la ley es más fuerte y eso es igual con los países. Entonces reconociendo que un país con leyes fuertes se verá minado por sus vecinos con leyes menos fuertes, se concluye que es muy importante trabajar hacia la armonización de las políticas regionales.


La pregunta no tiene que ver con si es bueno generar políticas restrictivas regionales, sino si tiene algún sentido, si sirve hacer leyes nacionales si no hay esfuerzos regionales.


Siempre hay que tener alguien que tome el liderazgo. Guatemala acaba de hacer una reforma muy importante a la Ley de Armas... no es perfecta pero es mejor que antes y eso es más o menos lo que vemos siempre: que un país mejora algo y luego otro país también lo hace. Es una cosa que sí vemos en subregiones de África. Por ejemplo, en África Occidental, cada subregión tiene una convención jurídicamente vinculante que se llama “Convención de África Occidental sobre armas de fuego” y en otra región “El protocolo de Nairobi sobre armas de fuego” y ahí están contenidas todas las normas que todos los países de esa subregión tienen que poner en sus leyes sobre armas de fuego. Quiere decir que tienen que tener el mismo estándar, los mismos criterios. En Centroamérica sería, creo, mucho más lógico. Los países de Latinoamérica no tienen una gran tradición de desarrollar sus políticas públicas en una manera conjunta, ¡pero sería muy lógico!

EL SALVADOR En el 35 aniversario de la muerte de Roque Dalton: Taberna y otros lugares

martes, 15 de junio de 2010

AMERICA LATINA Seminario Internacional Buenas Prácticas...SIRTI OIT

A través de internet y sistema de videoconferenciaSEMINARIO INTERNACIONAL Buenas Prácticas para la Prevención y Erradicación del Trabajo Infantil en América Latina
Los días 17 y 18 de junio se realizará este Seminario Internacional,  que conectará a través del sistema de videoconferencia e internet a toda América Latina, con el propósito de difundir buenas prácticas para la prevención y erradicación del trabajo infantil realizadas en el marco del trabajo por la prevención y erradicación del trabajo infantil de OIT, a través del IPEC. 
Esta actividad sin precedentes, pretende contribuir al fortalecimiento de capacidades de las entidades que forman parte del movimiento mundial contra el trabajo infantil.
Se presentarán las siguientes buenas prácticas seleccionadas para ser expuestas en la Conferencia Mundial sobre Trabajo Infantil, realizada en la ciudad de La Haya, en Holanda, el pasado mes de mayo:
  • Brasil: Cómo involucrar al sector de salud pública en la lucha contra el trabajo infantil.
  • Costa Rica: Código de conducta. La contribución de la industria turística en la lucha contra la explotación sexual comercial de niños, niñas y adolescentes.
  • Chile: Un niño en peores formas, una historia que seguir – Sistema de registro único e intervención de las peores formas de trabajo infantil.
  • Ecuador: Sembrando Futuro: La experiencia del Foro Social Florícola.
  • El Salvador: Erradicando las peores formas de trabajo infantil en la caña de azúcar: Otro mundo es posible.
  • Paraguay: SCREAM: De  la movilización a la acción pública.
Se realizará de manera presencial en Brasil, Chile, Costa Rica, Ecuador, El Salvador y Perú.  Además, gracias al apoyo de Fundación Telefónica, todos los interesados en participar en América latina podrán conectarse a través de internet en:

URUGUAY Mujeres: segregación ocupacional IPS

Por Marta Moss

MONTEVIDEO, jun (IPS) - En el mundo laboral de Uruguay hay un indicador en que las mujeres dominan: el del desempleo, porque la tasa femenina duplica a la masculina y en algunos departamentos la triplica, según un estudio realizado por el Sistema de Información de Género del Instituto Nacional de las Mujeres.

El informe "Indicadores Territoriales de Género para la elaboración de Políticas de Equidad", elaborada por el sistema con apoyo del Fondo de Población de Naciones Unidas, encontró la gran disparidad en un país donde la desocupación actual es de algo más de seis por ciento.

"Hay situaciones alarmantes como la de los departamentos de Artigas (en el extremo norte del país), Lavalleja y Rocha (en el este), donde el desempleo femenino alcanza el 15 por ciento", dijo a IPS Lucía Scuro, responsable del Sistema de Información de Género del Ministerio de Desarrollo Social (Mides).

"Las mujeres son dos o tres en un mundo de corbatas", acotó Carmen Beramendi, que dirigió el Instituto Nacional de las Mujeres durante el gobierno de Tabaré Vázquez (2005-marzo 2010), cuando se realizó el estudio.

"Los espacios de poder siguen estando en manos masculinas, no sólo en la política sino en las gerencias de empresas. La tasa de actividad masculina es más alta que la femenina en los 19 departamentos del país", agregó Beramendi a IPS.

Para Scuro, "estos índices tienen que ver con el prejuicio por parte de los empleadores de contratar a una mujer en edad reproductiva. También con que las mujeres realizan mayor cantidad de trabajo no remunerado y eso les dificulta asumir otras tareas pagas".

También el Mapa de Género, elaborado por el Centro Interdisciplinario de Estudios sobre el Desarrollo (Ciedur) con apoyo de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), señala que el desempleo femenino supera entre 60 y 80 por ciento al masculino, si bien la brecha se ha reducido.

El sesgo de género también afecta la distribución de las actividades. Según ese mapa, las mujeres se mantienen concentradas en ciertos sectores y trabajan principalmente en el comercio (19,1 por ciento), el servicio doméstico (18,7 por ciento), la industria (12,3 por ciento), los servicios sociales y la salud (12,1 por ciento) y la educación (10,3 por ciento).

"Las mujeres continúan realizando tareas con un perfil más femenino y se insertan más en sectores donde pueden conciliar trabajo y familia. Es un círculo vicioso que las mantiene en un circuito de segregación", dijo a IPS la investigadora Soledad Salvador, de Ciedur.

Las divisiones originales de las tareas en los espacios domésticos, asignadas en lo intrafamiliar, se ven reflejadas en el mundo del trabajo. "El hombre sigue vinculado a un rol proveedor y las mujeres a las tareas reproductivas, por eso están más volcadas a lo social, lo educativo, el cuidado de la salud, de los dependientes y de los más pequeños", acotó Beramendi.

Tienen más estudios que los hombres, pero ganan menos. "Como media, las mujeres uruguayas ganan por hora de trabajo 11 por ciento menos que los hombres. Estas diferencias aumentan hasta 16 por ciento en el departamento de Salto y trepan al 19 por ciento en Río Negro (ambos en el oeste de Uruguay)", dijo Scuro.

Las diferencias en la remuneración se acentúan en los niveles de instrucción más altos y más bajos. En sus puestos de trabajo las mujeres se topan con algo que ha sido denominado "suelo pegajoso" o "techo de cristal", un tope invisible que les dificulta seguir avanzando.

"Los hombres acceden a mejores cargos y están mejor remunerados porque se supone que no tienen responsabilidades fuera del trabajo. Las mujeres acceden a cargos de gerencia o dirección por caminos más largos", dijo Salvador.

La realidad uruguaya es parecida a la del resto del mundo. El informe Trabajo y Familia de la OIT indica que las mujeres ganan en promedio entre 30 y 35 por ciento menos que los hombres en tareas similares, y en algunos casos la diferencia puede ser de 70 porciento.

Para Scuro, esta realidad mundial se relaciona con la escaza posibilidad de las mujeres de promociones y ascensos, en comparación con los varones.

"Las mujeres no acceden a los puestos con mejores salarios, la masa salarial de las mujeres es bien menor a la de los varones", resumió.

En el ámbito latinoamericano, se añade que la tasa de participación laboral de las mujeres casadas disminuye respecto al resto, lo que evidencia que las responsabilidades familiares desincentivan la inserción laboral femenina, de acuerdo a datos conjuntos de la OIT y del Centro Interamericano para el Desarrollo del Conocimiento en la Formación Profesional.

A eso se agrega que más de la mitad de las trabajadoras latinoamericanas se desempeñan en la economía informal, que el trabajo de las mujeres es más sensible a los ajustes salariales a la baja, a las jornadas de trabajo más extendidas e intensas. La situación es especialmente difícil para las mujeres afrodescendientes, las pertenecientes a pueblos originarios y las de menores recursos.

En el ámbito sindical, tradicionalmente muy masculino, el Mapa de Género de Uruguay desglosa que las mujeres suponen solo 11 por ciento de la Mesa Representativa del PIT-CNT, la dirección de la central sindical única del país. Igual porcentaje ocupan en las mesas de negociación colectiva, conformadas por trabajadores, empresarios y gobierno.

"El movimiento sindical debería revisar las políticas de género en el seno de su organización. No es un tema de falta de esfuerzo de las mujeres militantes sino de lucha de poder y de ceder lugares", consideró Salvador. (FIN/2010)




lunes, 14 de junio de 2010

ARGENTINA La política de la mugre: las dos caras del servicio doméstico LAS 12 PAGINA 12




LA SEÑORA CON SU MUCAMA ENCARGADA DE LLEVAR LA CACEROLA EN UNA PROTESTA CONTRA LAS RETENCIONES EN 2008.



Un proyecto de ley planea saldar una deuda histórica con las empleadas domésticas argentinas dándoles derechos laborales básicos. En Nueva York se debate una ley similar que por fin las reconocería como trabajadoras. Mientras, un tema aún no resuelto por el feminismo: el trabajo doméstico como opción para las madres que quieren realizarse profesionalmente, pero también como sistema de explotación y abandono.


Por Milagros Belgrano Rawson

Cada tarde, miles de argentinas salen de sus trabajos para regresar a sus hogares, donde las esperan sus hijos, cuidados y bañados, una casa limpia y comida casera sobre la mesa. Esto sería imposible sin la ayuda de un ejército de mucamas y niñeras –alrededor de un millón, según cifras del Ministerio del Trabajo–, que cumplen servicios durante un promedio de 10 horas diarias y cuyo trabajo aún hoy no es reconocido como el del resto de los trabajadores. En marzo pasado, la presidenta Cristina Kirchner anunció el envío al parlamento de un proyecto de ley que terminaría con una larga historia de postergaciones para las empleadas domésticas, excluidas de la Ley de Contrato de Trabajo (LCT), sancionada en 1976 y que legisla toda relación laboral. El proyecto contempla la inclusión de la actividad doméstica en la LCT y la derogación de la única normativa que hasta el momento la regula, un decreto-ley heredado de la dictadura de Aramburu, con un texto deficiente y lleno de lagunas e imprecisiones que permiten abusos por parte de los empleadores. De sancionarse la ley, se otorgaría al personal doméstico derecho a indemnización por despido, preaviso, licencia por maternidad y vacaciones (seguiría en vigencia la ley 25.239, que se refiere a las condiciones previsionales y tributarias de la contratación de una empleada, su inscripción en la AFIP y su derecho a cobertura médica y jubilación).


Una nueva era parece haber comenzado para las empleadas domésticas, no sólo para las de Argentina, sino las de Estados Unidos, o por lo menos las que trabajan en el estado de Nueva York, cuyo Senado se encuentra en estos momentos debatiendo la Ley de Derechos de las Trabajadoras Domésticas, que contempla el pago de horas extras, días de descanso, preaviso y vacaciones, entre otros derechos. Con un panorama legal peor que el argentino –siempre es preferible una ley deficiente al vacío legal–, allí el trabajo doméstico no está protegido por las leyes laborales que resguardan al resto de los trabajadores y el destino de toda empleada depende siempre de la buena fe de sus patrones. Esta situación se remonta a los años ’30, cuando el presidente Roosevelt excluyó los derechos de los empleados domésticos y agrícolas de la Ley de Condiciones de Trabajo Justo para asegurarse el voto de los senadores blancos y segregacionistas del Sur estadounidense. Desde entonces, ese legado de raza y género continúa regulando el trabajo doméstico en ese país. “Nuestra batalla es que se lo reconozca como un ‘trabajo verdadero’. Sus raíces históricas en el esclavismo, su vinculación con el trabajo doméstico no pago, y con la mano de obra mayoritariamente femenina, inmigrante y de color refuerza la idea de que el servicio doméstico es menos valioso que el desempeñado fuera del hogar”, expresa un informe de Trabajadoras Domésticas Unidas, agrupación que nuclea a empleadas latinoamericanas y africanas y que milita por la aprobación de la ley que regule esta actividad en Nueva York.

Las iniciativas neoyorquina y argentina reinstalan un viejo debate que a la luz de la globalización y el acceso masivo de las mujeres al mercado de trabajo exige nuevas respuestas. Vieja también es la disyuntiva que el feminismo arrastra desde sus inicios y que por momentos parece no tener solución. Al mandato de desarrollo personal e independencia económica que las mujeres han incorporado en las últimas décadas se superpone la necesidad de contratar a una empleada para que cuide el hogar y los hijos. Así, mientras la patrona se realiza profesionalmente, en el caso de la empleada la variable de ajuste cae sobre sus hijos, que quedan desprotegidos y su trabajo, que aunque remunerado, será indefectiblemente invisible y estigmatizado.

Tener o no tener mucama. “Ese es mi dilema cotidiano”, admite la historiadora e investigadora del Conicet Karina Ramacciotti, madre y empleadora de personal doméstico. Feminista hasta la médula, luego de darle mil vueltas al asunto, llegó a la conclusión de que sin ayuda externa no iba a poder rendir en todos los frentes: “No sé si tiene que ver con el feminismo, pero doy trabajo, pago de acuerdo con la legislación vigente y respeto la autonomía y los derechos de la empleada”, afirma tratando de invertir la carga negativa que ciertas feministas han endilgado al servicio doméstico. Para ellas, se trata de una institución que entabla relaciones asimétricas y alimenta privilegios de raza, de género y de clase, lo cual es esencialmente cierto. No es casual que hace un tiempo la ministra de la Mujer de Paraguay, Gloria Rubin, alertara contra los que contratan “criaditas”, como en ese país se llama a las nenas de entre seis y trece años que son entregadas a familias pudientes para cocinar, planchar y lavar e incluso cuidar a niños de su edad, fenómeno que, aunque de forma aislada, sigue reproduciéndose en el interior argentino.

MUCAMAS FOR EXPORT

En La mercantilización de la vida íntima (Katz Editores) la norteamericana Arlie Russell Hoschschild, tal vez la máxima exponente de esa disciplina relativamente nueva que es la sociología de las emociones, presenta una veintena de ensayos que hábilmente exponen las complejas negociaciones de las mujeres para lidiar con las demandas del amor y el trabajo, en un contexto modelado por el capitalismo y la globalización. En uno de sus textos, la socióloga desmenuza el drama de millones de mujeres que abandonan países tercermundistas para trabajar como sirvientas en Estados Unidos, donde el salario de una mucama puede hasta quintuplicar el sueldo de un médico rural filipino. El fenómeno explotó en los dorados años ‘90, cuando las mujeres que emigraban superaban en número a sus pares masculinos en tránsito hacia Estados Unidos, Canadá, Suecia, Israel y... Argentina, que por cortesía de la ley de convertibilidad fue durante esos años una antena que captaba mano de obra doméstica de Paraguay, Bolivia y Perú. Ahora bien, sea cual fuere el destino de estas mujeres, este desplazamiento de mano de obra crea, en sus países de origen, un déficit “del cuidado”. En otras palabras, se sustrae la energía femenina de los países pobres y se la inyecta en los industrializados. Y a un costo muy alto: niños abandonados por sus madres que, con el deseo genuino de proporcionarles un futuro mejor, terminan desmembrando a sus familias. Según un estudio realizado por el Centro de Migraciones Scalabrini de Manila, comparados con sus compañeros de clase, los hijos de los trabajadores emigrantes caen enfermos con mayor frecuencia, son más propensos a padecer trastornos mentales y su desempeño escolar es particularmente insatisfactorio. Hoschschild relata en su libro la historia de Rowena Bautista, una mucama filipina que dejó a sus hijos en Manila para cuidar una beba estadounidense. “A ella le doy todo lo que no puedo darles a mis hijos”, relata Bautista, que irónicamente los dejó a cargo de una empleada doméstica, que a su vez deja a su hijo adolescente al cuidado de su suegra, octogenaria. Como señala Hoschschild, el poscolonialismo actual se dirime en nuevos términos: la materia prima extraída a los países pobres ya no es el oro o la plata, sino el amor, el afecto o el cuidado que las mujeres tercermundistas venden en el mercado laboral del Norte en detrimento de sus propios hogares. Cada día, millones de mucamas y niñeras llevan a los hijos de sus empleadores al parque y a la escuela, juegan con ellos, los bañan, los cambian, alimentan y acuestan. Mientras, muy lejos, sus propios hijos deben andar solos en colectivo, tomar la merienda, cenar, mirar tele y acostarse solos. Tal vez vivan a unos kilómetros del trabajo de su madre, pero en general están separados por miles de kilómetros y las autoridades migratorias. Según el Centro Hispánico Pew, en Estados Unidos trabajan unos 10 millones de inmigrantes indocumentados, entre los que las mucamas ocupan una buena proporción. Cada año, más de 100.000 son deportados a México y América Central. Sin papeles, la amenaza de la deportación es una constante y la posibilidad de volver a ver a sus hijos muy remota. Rowena Bautista admite que hace cinco años que no ve a los suyos, a los que sin embargo envía mensualmente dinero y juguetes. La última vez que estuvo con su hija menor, ésta se negó a saludarla, recuerda amargamente.

Ante este panorama, una posible lectura progresista es que habría que evitar emplear a una mucama cuando una o uno debería arreglárselas para limpiar su propia casa. En uno de sus textos, la feminista Carolyn Heilbrun recuerda a una mujer negra que, en los primeros días del feminismo estadounidense, anunció en una conferencia dedicada a la “doble jornada” femenina que ella no quería abandonar su cocina, sino “las de ustedes”, las mujeres blancas que estaban escuchándola. Desde esta perspectiva, la empleada vendría a ser un lujo, un capricho reservado para los ricos, y que refuerza los privilegios de raza y clase. Y no una ayuda que puede marcar la diferencia entre una buena y una mala calidad de vida para sus patrones, sobre todo cuando se trata de madres que no desean abandonar sus cada vez más demandantes trabajos (se trabaja cada vez más horas y durante más años) para dedicarse fulltime a sus familias. Pero de nada sirve demonizar esta institución: con jornadas laborales que nunca bajan de las ocho horas diarias y un Estado que no se propone intervenir en el asunto, muchas profesionales difícilmente podrían hacer carrera si no fuera por la ayuda doméstica. Sin este apoyo, seguirían sufriendo lo que en los años ’50 Betty Friedan llamó “el problema sin nombre”, mujeres insatisfechas y atrapadas en un destino de matrimonio, hogar y familia. La misma Hochschild cuenta en su libro la gran tristeza que embargaba a su madre, ama de casa a tiempo completo, y la alegría de su padre, que trabajaba fuera gran parte del día. “Mi mamá era la persona triste que nos cuidaba y mi padre era la persona feliz que no nos cuidaba”, relata con elocuencia.

Para la socióloga Barbara Ehrenreich, la revolución feminista quedó trunca en lo que concierne a la división de tareas en los hogares heterosexuales. En su ensayo Política de la suciedad, se muestra crítica con el fracaso de los hombres en las tareas domésticas. Ehrenreich señala que entre los años ’60 y los ’90,los hombres incrementaron la cantidad de tiempo dedicado a las tareas domésticas en un 240 por ciento que, en la práctica, representa apenas una mísera 1,7 hora por semana. Al mismo tiempo, las mujeres redujeron sus tareas en la casa a un también calamitoso 7 por ciento. Así se arma “una cadena de injusticias sociales y de género, que las políticas públicas podrían ayudar a desobturar”, sostiene Marina Becerra, investigadora del Conicet y del Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género de la UBA. Pero “estamos frente a un Estado que se ha ido despojando de su responsabilidad de garantizar los derechos sociales mínimos –subraya–. ¿Cómo garantizar entonces otros derechos que paradójicamente fueron luchas de las mujeres desde principios del siglo XX, como la fundación de jardines maternales o guarderías, precisamente para que las mujeres tuvieran la posibilidad, al menos, de salir al mundo laboral?” Cien años más tarde, recuerda Becerra, este dilema sigue sin solución.

Karina Ramacciotti indica que sólo un “cambio de actitud” en los varones podría aliviar la “doble o triple jornada laboral” que deben soportar muchas mujeres que desean mantener su vocación y que al mismo tiempo se ven obligadas a efectuar tareas domésticas con poca o ninguna ayuda. La investigadora previene también contra ese “mensaje anulador”, que muchas chicas jóvenes se repiten a sí mismas o escuchan de boca de sus maridos, el llamado “cambio de sueldo”, o la creencia de que no vale la pena salir a trabajar por un sueldo bajo si luego hay que pagarle casi lo mismo a la empleada para que cuide a los hijos. “Pensar que una cambia el sueldo es una trampa, ya que con ese argumento muchas mujeres dejan de trabajar, anulan su desarrollo profesional y terminan condenadas al encierro doméstico”, sostiene. Para ella, en la ecuación deben entrar los sueldos de ambos cónyuges, “ya que los hijos son de ambos y su cuidado debe pensarse como un trabajo compartido”. Por otro lado, Ramacciotti observa en chicas de clase media profesional y con hijos una “vuelta muy conservadora”. “Creo que los mensajes de los profesionales de la salud y las propagandas sanitarias ponen un marcado peso sobre las mujeres en su rol de madres –lactancia, educación temprana, etc.– que no las ayudan a buscar otras oportunidades o a sostener sus vocaciones”, afirma la autora del recientemente editado La política sanitaria del peronismo (Biblos). La historiadora recuerda que en nuestro país, en 1934, se sancionó el seguro de maternidad, que prohibía el trabajo femenino en las industrias y comercios durante los 30 días anteriores al parto y los 45 días posteriores. Pero esta ley y sus sucesivas reformas no pudieron resolver una cuestión central: ¿quién cuidaría de los hijos de las mujeres cuando éstas regresaran a sus trabajos? Una de las propuestas fue la del consejero municipal por el Partido Socialista Germinal Rodríguez, quien en 1933 propuso la instauración de “mucamas sociales municipales”, proyecto que nunca llegó a ver la luz.

AMOR Y ORO

Si del lado de la patrona los beneficios de contratar una ayuda doméstica son evidentes, para la empleada las ventajas no parecen muchas. De todos modos, algunas feministas concuerdan en que, si se ejerce en condiciones dignas y con una legislación que lo proteja, el empleo doméstico resulta con frecuencia una salida laboral aceptable para mujeres que de otro modo no podrían acceder a un trabajo asalariado. Se sostiene también que, con patrones flexibles y respetuosos de los derechos de la empleada, puede resultar una alternativa real a tareas mal pagas y esclavizantes en hipermercados o fábricas. Pero el servicio doméstico puede generar insensibilidad por parte del empleador, dice Ehrenreich, sobre todo cuanto más cerrado y rutinario es el vínculo que se establece. El documental brasileño Domésticas muestra que el contraste entre las empleadas y la gente para la que trabajan es sideral. Allí, todas las entrevistadas comparten una profunda antipatía por sus empleadores.

El cine ha dado decenas de ejemplos de patronas abusivas y mucamas que en el proceso pierden la cabeza y terminan en tragedia. En Storytelling, el hijo menor de una familia de clase media-alta estadounidense tortura a Consuelo, la mucama centroamericana, hasta que convence a su padre de echarla. La venganza llega al final, cuando se ve a Consuelo abandonar la casa de sus patrones, en la madrugada, luego de haber abierto el gas y cerrado puertas y ventanas herméticamente. Claro que, como ocurre en Crash, las relaciones de fuerza pueden revertirse. Así, el personaje de Sandra Bullock, una cheta que considera que todos los inmigrantes latinos son delincuentes, descubre que su empleada mexicana es la única en tenderle una mano cuando más lo necesita. Con mejor puntería, la entrañable Cama adentro ahonda en esa atmósfera íntima que se teje entre patronas y sirvientas. Divorciada, con una hija que vive en España y no la visita nunca, y amigas que no se dan cuenta de lo sola y pobre que está, Beba encuentra en su mucama de toda la vida a la única persona con la que realmente puede contar. Allí, el cuidado, ese bien intangible, pero escaso y tan valioso como el oro, se transplanta en los corazones más inesperados. Cuando las amas de casa de clase media criaban niños de forma impaga, explica Hochschild, su trabajo estaba dignificado por el aura de su clase. Pero cuando el trabajo impago de cuidar a un hijo devino el empleo pago de los empleados que cuidan niños, su bajo valor de mercado reveló la pertinaz desvalorización atribuida a la tarea de cuidar personas y descendió aún más. Se necesita una revolución que recompense el cuidado de otras personas tanto como el éxito en el mercado. Con más flexibilidad, mejores salarios y más derechos.

FUENTE: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/las12/13-5768-2010-06-14.html