jueves, 5 de noviembre de 2009

CUBA También hay de todo en la viña de las Señoras Entrevista con Mirta Yánez Mujeres

Entrevista con Mirta Yáñez



Por Helen Hernández Hormilla


Para describir a Mirta Yáñez me gustaría usar como primer adjetivo el de cubana. Sí, porque además de ser la gran escritora, la poetisa, la ensayista, la periodista, la antigua profesora de la Universidad; esta mujer destaca por ser hija de esta Isla, y como tal es rebelde, espontánea, sincera, amante del choteo, irreverente ante el dogma y la sinrazón.


La llamé un día a su casa de Cojímar, llena de ese temor respetuoso hacia aquellos que por muchos años hemos leído y que por gracia de esta profesión alguna vez debemos abordar. La voz del otro lado del teléfono me resultó familiar, como si la conociera desde hace mucho tiempo. De pronto nos encontramos imbuidas en una conversación extensa en la que yo le iba contando sobre mi proyecto de entrevistas a narradoras cubanas y ella de sus experiencias como profesora de la Facultad de Periodismo, de las amigas que allí había dejado, de las escritoras con las que podría contactar. En algún momento planeamos el encuentro y así fue como llegué a desandar las calles de su pueblo de mar, aquel espacio apacible, lejano del bullicio de la urbe y que imagino tan grato para la creación.


La poesía la hizo al mundo de las letras en 1971 con su libro Las visitas; sin embargo, se le conoce más por su obra narrativa entre la que cuentan libros como Todos los negros tomamos café (cuento, 1976), La Habana es una ciudad bien grande (cuento, 1980), La hora de los mameyes (novela, 1983), El diablo son las cosas (cuento, 1988. Premio de la Crítica) y Falsos documentos (cuento, 2005. Premio de la Crítica). Como antologadora y ensayista se ha proyectado en defensa de la producción cultural femenina en Cuba, lo cual le viene de una sólida vocación feminista cuyo significado primero es la lucha contra lo injusto. Posee, además, interesantes y polémicos criterios sobre la narrativa femenina contemporánea, propicios para comprender las tendencias de esta promoción. Frutos de su labor investigativa constituyen las antologías  Estatuas de sal (1996, junto a Marilyn Bobes), donde por primera vez se unen las voces de las principales narradoras cubanas de todos los tiempos; el Álbum de poetisas cubanas (1998), la selección de sus ensayos Cubanas a capítulo (2000), entre otros textos.


Aunque los errores técnicos me impidieron conservar la grabación de su primera entrevista, pudimos renovar el diálogo a través del correo electrónico lo cual aportó mayores matices, como es de esperar en alguien dedicado a la escritura como oficio. La cordialidad de entonces logra mantenerse en estas páginas, donde la narradora se resiste a esconder lo que piensa, y habla, y polemiza, y disiente, y mezcla la seriedad de sus opiniones con la vivacidad de la ocurrencia. Y se descubre ante sus lectores, tal como es Mirta Yáñez, una simpatiquísima e inteligente mujer, para nuestra fortuna escritora y de esta Isla.


¿Por qué le hubiera gustado ser periodista? ¿Cómo llegó entonces a la Facultad de Artes y Letras y a elegir ese otro modo de recrear la realidad que es la literatura?


Cuando era muy pequeña, mi papá me llevaba a los linotipos del periódico El Mundo, donde él colaboraba en la sección deportiva. Allí, antes de ir al kindergarten, ya se me había inoculado la pasión de la madrugada antes de hacer “el cierre”, el olor a tinta fresca, el ruido de las máquinas, el movimiento de los talleres, las discusiones por una nota, la preparación de dos titulares distintos la noche del fin del campeonato de pelota, en uno decía: ¡Habana campeón! (yo era habanista), en el otro, bueno, mejor ni mencionarlo….


Después, con 13 años más o menos, viví el nacimiento del periódico humorístico Palante, yo era entonces el “pichón” de caricaturista, la hija de Yáñez que “quería ser escritora”. Cuando terminé el Pre, no se abrió la carrera de Periodismo y fui a parar a la Escuela de Letras, de lo que no me arrepiento. Además, siempre he pensado que al periodismo  puede llegarse por muchas vías. La Universidad es una de ellas. También está la mera vocación, y el ejercicio profesional sin títulos, porque ya se sabe que lo que natura no da, las universidades no prestan. Pero, cuidado, el periodista debe ser culto, profundo conocedor del área que escoge, escribir BIEN, en definitiva, insistir en la excelencia.


No se trató de una elección, entre un modo de recrear la realidad y otro. No los excluyo. Como ya he contado otras veces, también escribía cuentos desde niña. Y también me interesaba la música y las artes plásticas. Un tío abuelo medio poeta, un padre periodista, una madre MUY ingeniosa, después un hermano escritor: tinta inyectada en los genes. Siempre estuve, por decirlo de algún modo, en el mundo de las letras.

La profesión de académica, de ensayista; complementó por mucho tiempo a esa otra labor de cuentacuentos.



¿Cómo recuerda esa etapa de profesora?


A veces me endilgan el sambenito de que “no me gusta” la docencia. Es verdad que tengo terror escénico y que prefiero otras actividades. Pero lo que yo repudiaba del ejercicio de la enseñanza era la rutina obligada, los encasillamientos, las ordenanzas tontas, la perdedera de tiempo en actividades extradocentes que afectaban el desarrollo, la mediocridad impuesta como un canon, el anquilosamiento de métodos, todo el saco que querían hacer pasar como “trabajo del profesor universitario”. Y que conste que esto lo vengo diciendo hace más de 30 años. Muchos rollos que me costó en su momento. Yo tenía una de esas bromas mías, cada vez que se hacía la evaluación mensual ponía: “este mes no trabajé, solo emulé”. Así de cargosas e inútiles eran muchas de las tareas que me asignaban. Así que reitero, en blanco y negro, que el intercambio con el alumno, la preparación de clases originales y profundas, la investigación y otras labores del profesor, SÍ ME GUSTAN.


La vida académica de mis comienzos, y el rigor de los profesores de aquel entonces me sirvió para alcanzar un orden de pensamiento, una disciplina culta, un lenguaje. La impedimenta del profesor, y los absurdos criterios de algunos que no aceptaban la doble vida de escritor y docente, me hicieron la vida “un yogurt”. Sin contar los traspiés y las desconfianzas… en la Universidad no me consideraban apta para “representar” a Cuba en el extranjero o me “sacaron” del Consejo de redacción de la revista Universidad de La Habana cuando Ambrosio Fornet la dirigió, sin razones al menos explícitas.  Me fueron haciendo un “anticurriculum” más grande que mi curriculum. Un buen día me cansé, y colgué los hábitos. Lo que no quiere decir que el sitio que más quiero sea la Escuela de Letras y a mis colegas de antaño, incluso a aquellos que me machucaron. Así que mi etapa de profesora la recuerdo con muchos sinsabores e intrigas, pero como una época de gloria. No me arrepiento tampoco de haberme retirado de allí cuando lo hice, mas siempre he extrañado desde entonces el humor inteligente, los alumnos, las réplicas cultas hasta en las “broncas” entre profesores, el ambiente de la Escuela que era especial.



¿Cuándo empezó a interesarse por estudiar la escritura de mujeres, y de qué modo el tener conciencia de la situación de ellas en la sociedad y en la literatura le aportó una nueva dimensión a su manera de escribir o a su forma de ver el mundo?


Aunque de manera bien directa había padecido la marginación (impune por parte de quienes la aplicaban, por ejemplo cuando me impidieron entrar al ICAIC como mera editora —pues yo quería empezar por ese oficio hasta quizá llegar a la realización cinematográfica— por, según dijeron, “dudosa moralidad” y eso que en ese entonces yo era, y seguí siendo, profesora de la UH, paradojas de los represores), no había interiorizado debidamente que la ausencia de escritoras visibles consistía en una mezcla de misoginia con ignorancia, y otras miserias más. Por mucho que la ley insista en la igualdad, en la relación objetividad-subjetividad, no hay parámetros para contabilizar la misoginia. Incluso entre algunas mujeres que eligen ascender a costa de silenciar a otras colegas escritoras. También hay de todo en la viña de las señoras.


En cuanto a conciencia de la situación en la literatura, la adquirí cuando me preparaba para un ciclo de conferencias sobre escritoras cubanas al cual fui invitada, en 1988, por el PIEM (el Programa Interdisciplinario de Estudios sobre la Mujer que dirigía la querida amiga Elena Urrutia en el Colegio de México), y después al enfrentar la realidad de su prácticamente ausencia total en índices de revistas, relaciones de jurados, invitaciones a eventos internacionales, y un largo etcétera. Sentí la acuciante necesidad de revelar la injusticia, el desentendimiento de algunas autoridades culturales sobre el tema en particular, pues se trataba de prejuicios instaurados aunque no confesos sobre varios “pecados” juntos: mujeres, intelectuales, algunas desafiando por la elección de su sexualidad. Como se decía por aquellos años: “demasiado para un solo corazón”…. Sobre todo si se trataba de un corazón reaccionario y prejuicioso como a veces se los solía uno topar.


En cuanto a mi manera de escribir, fueron mis colegas Alessandra Riccio, Margaret Randall, Catherine Davies y la propia Elena Urrutia, ninguna cubana, por cierto, que me hicieron la observación sobre mi poca combatividad acerca del tema en mis trabajos de ficción. Tenían razón. Y de hecho, aunque mantengo un ojo avizor sobre los textos, sigo pensando que uno escribe como es, y eso trasciende de una manera u otra en lo que escribe. No creo que sea necesario poner personajes femeninos de manera exclusiva o tocar ese asunto reiteradamente. Mi punto de vista es el de una intelectual feminista. Espero que eso trascienda de manera natural, sin fundamentalismos, no me lo propongo como tarea de choque ni mucho menos. Estoy hablando, insisto, de la ficción, de la poesía.


Muy distinto es cuando se trata de poner en evidencia la exclusión de género al tratarlo en un ensayo, en el periodismo, en la vida práctica, en el mundillo intelectual. Ahí sí quisiera permanecer en la primera línea de fuego, como dinamitera.


¿Qué es para usted lo femenino?


Lo “femenino” y lo “masculino” es una elaboración social y cultural. Profundizar sobre estos aspectos me llevaría a otra tesis doctoral y no puedo volver a sufrir ese calvario. Como bien han dicho los especialistas del tema, se trata de conductas adquiridas. Por ello se diferencia entre los términos “sexo” y “género”. Lo sexual es biológico, lo genérico es, entre otras cosas, cultural, juego de roles, elaboración de la subjetividad del pensamiento. ¿Acaso las vacas son vacunas y los toros “torunos”?, no cabe hablar de género donde no hay conciencia. Por tanto, lo femenino y lo masculino forma parte de nuestra idiosincrasia. Por lo demás, y lo sabemos muy bien, no es el mismo “femenino” el del romanticismo decimonónico (aunque muchos quisieran mantenerlo inmutable) y otra lo “femenino” actual. No es lo mismo la “masculinidad” de un hombre bien educado que la “masculinidad” de un “cheo”. Por cierto, que ha surgido un híbrido, yo los llamo los “culticheos”, tienen estudios, obra artística, pero se comportan como “aseres”, quizá por una visión vergonzante de su propia masculinidad.


¿Cree que el género pueda ser un rasgo en la escritura?


Lo que caracteriza e individualiza a cada ser humano es su manera de ver el mundo. Ya sea masculino o femenino, joven o viejo, urbano o campestre, se trata de SU individualidad. Y ese mundo individual, condicionado por la sociedad, la educación, la economía y otras circunstancias, convoca un modo de escribir. No creo para nada (escuchen bien, lo he dicho mil veces, pero prefieren hacer oídos sordos a esta parte de mis opiniones), no creo que exista un  modo “femenino” de escribir, como no existe un modo “campesino” de escribir. Se escribe como lo que se es, y punto. Bien distinto es que, a la hora de analizar críticamente un texto o una obra de arte sea válida, cómo no, la perspectiva de género. Existe un modo único de escribir: con talento.


Es usted de las pocas escritoras cubanas que no dudan en calificarse como feminista. ¿Qué implicaciones tiene esta elección? ¿Qué piensa de las personas que ven en ello una limitante a la “buena o gran” literatura?


Hace un tiempo atrás me parecía pretencioso de mi parte considerarme feminista ya que eso implicaba conocimientos más profundos sobre el tema. Pero cuando empecé a notar que algunas escritoras y académicas se avergonzaban de ser nombradas como tales, o se usaba la palabra de un modo peyorativo, incluso por parte de algunos que, cuando uno les pide definir el concepto ni siquiera saben de qué se trata… pues con orgullo y militancia me declaro feminista. Feminista eran nuestras grandes mujeres del siglo XX. Confundir las ideas feministas con elección sexual o menosprecio del hombre es ante todo una soberana tontería de la cual debieran abochornarse los indocumentados que repudian el término. Como todo, también hay extremistas dentro del feminismo contemporáneo, pero se trata de una filosofía, de una teoría inscrita en el pensamiento universal, es un movimiento social que generaba un cambio en las relaciones de poder. Es también una denuncia de cualquier forma de marginación de la mujer y la historia nos ha demostrado que perduran esas formas a pesar de las buenas intenciones.


Las implicaciones que tiene aceptar el “cartelito” es que toda elección, toda, implica riesgos, malentendidos y también bondades. Yo he pagado el precio de las burlas de los cretinos y el olvido intencional, incluso de algunas mujeres que se han tomado el asunto al estilo feudal y levantan sus murallas de exclusión. ¿Quieres nombres? Por ahora, no.


Hay un mecanismo entre el marginador y el marginado mediante el cual no solo se provoca la exclusión, sino la vergüenza. También es un recurso para salir de un sujeto molesto: se le margina, se le tira sobre los hombros una sensación de culpabilidad y se le quita automáticamente legitimidad a sus ideas o posiciones.


Sigo pensando que existe marginalidad de la mujer, aunque ahora ha tomado un nuevo cariz. Por una parte se ha creado el ghetto de congresos y editoriales y, por otra, muchas mujeres han tomado con liviandad el asunto y lo han convertido en un mecanismo de lucro. En los que siguen insistiendo en anular la teoría feminista o la realidad aplastante del crecimiento de las escritoras cubanas reconozco, ante todo, temor. Miseria humana, susto en perder el pedacito que tienen en el ambiente cultural. Yo les recomiendo que no se inquieten tanto, no hablen tanto, y escriban, que escriban si son escritores, que se ganen su lugar entre la gran literatura y no entre los grandes parlanchines.


Las jóvenes escritoras (y las viejas) están en todo su derecho de negar lo femenino como marcas en su escritura. Puede que incluso, efectivamente no lo tengan. Cada cual escribe desde su rango de honestidad consigo mismo. Lo que no pueden negar es que un estudioso o estudiosa venga a analizar sus textos y comentarlos desde una perspectiva de género. La libertad de escribir y la libertad de opinar. Ambos están en su derecho. Tampoco pueden negar, sin conocerlo y saber de que se trata, al feminismo. Y luego pretender “usarlo” como promoción o para dar una conferencia en el “mundo exterior”. Eso se llama oportunismo… ¿no? Todo fundamentalismo es antiintelectual, no me canso de repetirlo.

El canon de esos primeros “años duros” de la Revolución propulsó una literatura épica, lo cual en cierta medida repercute en la poca cantidad de narradoras en esta primera etapa. ¿Cuán complicado era para las mujeres publicar narrativa? ¿Tuvo esto que ver con que su primer libro publicado en los 70 fuera de poemas y no de cuentos, o que su novela La hora de los mameyes demorara tantos años en salir a la luz?


Decir hoy que aquel fue el canon es una manera gentil de decir que una tendencia de la literatura se instauró como hegemónica, no de forma natural, sino prácticamente impuesta, donde se demonizaron no solo los sospechosos habituales, sino también las ingenuidades como la fantasía, el folclor, la ciencia ficción y otros temas y géneros. No se aplicó el realismo socialista, pero sí el “realismo del socio”. Era complicado publicar si no se entraba en vereda, e incluso escribir, pues de alguna manera, los más honestos sentían que no “aportaban” y se inoculaba el dañoso virus de la “autocensura”. Yo, en principio, no tuve problemas para publicar cuando era muy joven. Algunos de mis cuentos fueron aceptados en revistas, el primero fue en la revista Santiago, en 1974.  Pero lo que yo había empezado escribiendo, ya con formalidad, eran unos cuentos del absurdo, de la crueldad, de humor negro, y esos fueron descalificados. Yo escribía poemas también, y mis poemas ganaron un concurso universitario, y por eso fueron publicados tan tempranamente.


Ese libro de Las visitas fue una de las mayores alegrías de mi vida y lo sigue siendo. Recuerdo que en un trabajo voluntario mi entonces profesor Roberto Fernández Retamar me pidió mis poemas para leerlos, y luego me sugirió que los entregara a un concurso. Yo le rebatí que en medio de aquellos años aguerridos, mi poesía, lírica e interiorista, no le iba a interesar a ningún jurado. Pero él insistió y yo los mandé al concurso 13 de Marzo, y allí José Antonio Portuondo, también profesor, no solo los “defendió”, sino que luego hizo un bello prologuito. Mis profesores, siempre insisto en eso, Nuria Nuiry, César López, Juan Arcocha, Marta Pérez Rolo, otros más, y sobre todo Ezequiel Vieta fueron mis tutores y mis más severos críticos, desde mis comienzos. A ellos todo mi agradecimiento.


No quiero dejar de decir que, mirando atrás, tengo la impresión de que molestaba menos mi literatura que mis opiniones y mi conducta “incorrecta”. Por eso me publicaban, pero no me convocaban a nada, ni siquiera aparezco en el Diccionario de Literatura Cubana y cuando eso ya tenía varios premios y libros publicados. Sospecho que la intención de semejante ninguneo fuese que yo desistiera de escribir, me enterrara viva como hicieron otros, o cayera en la tentación de la adulación y el sometimiento, pero no. Seguí escribiendo, y no he caído en tentaciones, aunque de vez en cuando me complace enterrarme viva en Cojímar.



Su novela constituye una de las pocas incursiones femeninas en este género durante la década del 80. ¿Por qué no está del todo feliz con ella?


Pasó mucho tiempo entre el momento que la hice, y cuando por fin logré publicarla. Por muchos avatares… Cuando por fin salió, ya yo estaba en otra cosa en cuanto a apreciación del mundo y en la elaboración de mi propio estilo. La sentía demasiado apegada a los dogmas del realismo mágico, y te confieso que se ha abusado tanto de eso que en cuanto leo que alguien comienza a levitar tomando una taza de chocolate, me voy a regar mi jardín. Bien distinto es la maravilla posible como bien nos enseña Cervantes. O el juego de la fantasía. Pero ese hincapié en que los latinoamericanos todos somos magos o practicantes de vudú, me enferma.


Así que arrinconé mi única novela, e impedí incluso una intentona de publicarla en el extranjero. ¡Y eso que eran los difíciles años 90! Pero sentía pudor de aquel adolescente texto. El año pasado consentí en su traducción, como ejercicio complementario, a mi amiga y traductora, la profesora Sara Cooper, y me vi forzada a releerla después de varios lustros. Encontré mil erratas y líneas saltadas ajenas a mi voluntad; y fragmentos de mi completa responsabilidad que mandaría al basurero, pero también reconocí mi humor, el desenfado al tratar la historia, una cierta altura en la redacción a pesar de haberla escrito en mi “extrema juventud”. No puedo decir que la acepté, pero me reconcilié con la Mirta que la escribió, aquella que todavía no había matado a los padrastros del realismo mágico.



¿Cuánto pudieron haber afectado a su carrera los criterios dogmáticos con que en algunos momentos se valoró la literatura en Cuba?


No sabría decirlo. A lo mejor me favoreció. Hoy veo a algunos mimados de los dioses que se han quedado paralizados en el mismo sitio, o rodeándose de vacuidades, o que, en el mejor de los casos, han dejado de escribir. En ese sentido, yo he seguido escribiendo, tratando de ser fiel a mí misma.


Tal vez hubiera sido otra, quizá mejor, o peor. Nunca se sabrá. Ya te he ido respondiendo que he tenido que enfrentarme más a la exclusión de las cuestiones “extraliterarias” que a la censura misma. Algunos piensan que no me ha ido tan mal, y es verdad. No me ha ido mal. Pero, sin duda, ha sido con amputaciones y anhelos frustrados. Me hubiera gustado dirigir una revista cultural, me hubiera gustado participar en debates de los cuales fui sistemáticamente eliminada, por ejemplo, de la Unión de Escritores, me hubiera venido bien algún reconocimiento en momentos decisivos, o poder influir en términos culturales para los cuales creí estarme preparando, con mi buena formación profesional (no voy a ser falsamente modesta). Figúrate, asistí por primera vez a una Feria del Libro Internacional el año pasado, ya con 60 años. Pero reitero que ya todo esto no me causa el dolor que me causaba antaño, he comprendido que la libertad de pensamiento tiene que pagar un precio. Y yo lo he pagado. Tampoco he aceptado ninguna condecoración ni medalla administrativa. Los premios literarios sí, porque son premios al oficio que más amo. Tengo tres veces el Premio de la Crítica y me honro en ello.



¿Cree que hoy ha variado la situación de las escritoras en la Isla?


Claro que ha variado, para bien. Cátedras de estudios de género, presencia en jurados y revistas, una editorial dedicada al tema, participación en eventos internacionales, y, sobre todo, premios, publicaciones, reconocimientos bien merecidos. Los “misóginos literarios” tienen toda su razón en armar los berrinches que arman. No pueden ya obviar la presencia de las escritoras en la literatura cubana.


Esto está ya muy dicho, reflexionado y acuñado. ¿Hay que volver a hablar de que a pesar de las leyes sociales que benefician a la mujer cubana la mentalidad cambia más lento que las legislaciones? Por decreto no desapareció el machismo. Y por cierto, para nada tuvo que ver el tan mentado “período especial” (estas comillas son de aburrimiento, no de ironía) en cuanto al “protagonismo” (estas comillas sí son irónicas).


Uno de los momentos clave en la construcción de una memoria de la literatura femenina en Cuba lo constituye la publicación de Estatuas de sal. Hacer un libro solo de escritoras, aunque contara con el apoyo de Abel Prieto, debe haber encontrado bastantes escollos en el camino. ¿Cómo surgió la idea y cuáles cree que sean los valores fundamentales de esta antología?


La idea me la dio Elena Urrutia cuando, viéndome molesta por una de las tantas trastadas de aquel entonces, me dijo que no hablara más y actuara. El resultado fue demostrar fehacientemente que existía una narrativa escrita por mujeres que hasta ese momento se negaba olímpicamente. Entre Marilyn Bobes y yo hicimos Estatuas de sal, hace más de una década. Muchos escollos encontró…. ¿me dejas algo para contar en mis memorias?


Para mí, ante todo, Estatuas de sal tiene el valor de una réplica dada alto y fuerte. Es un libro de consulta, y por primera vez se publicó en una antología a autoras olvidadas, desconocidas, o que residían en el exterior. Ese libro me ha dado muchas satisfacciones, pero el mayor de todo ha sido que Esther Díaz Llanillo, retirada durante 30 años, volvió a escribir.



En Y entonces la mujer de Lot miró, usted escribe sobre la más reciente narrativa femenina: “Las mayores virtudes de esta última etapa que comenzó en los años 80 y todavía continúa, pueden identificarse como una ampliación del rango de la realidad, la recuperación del sentido de eticidad, la personalización del conflicto y la integración cotidiana a la fantasía y al humor.” A más de diez años de esa afirmación, ¿cuáles son los aspectos que le resultan más interesantes en la actual narrativa cubana de mujeres? En sentido general, ¿cuáles serían también sus sesgos, sus carencias?


Voy a transformar tu pregunta, respondiendo lo que me parezca. Lo que más me molesta es la literatura barata, la falsa literatura experimental, venga de quien venga. Lo que importa, insisto, es el talento y la honradez. Todo comportamiento trepador (ya sea de quienes enarbolan para su beneficio la bandera de negros, o gay, o mujeres, o el llano hecho de ser jóvenes) me resulta repulsivo.


En cuanto a la narrativa más reciente, las inclusiones de la pornografía, la politiquería o cualquier otro aditamento para componer una literatura de fácil venta no me preocupan, caen por su peso, pasan de moda.



A partir de esta experiencia y sus estudios posteriores, ¿qué nombres le resultan indispensables a la hora de pensar en una tradición de mujeres en la literatura cubana? ¿Cuáles han sido sus aportes en general a nuestra cultura?


Recientemente algunos estudiosos pretenden ignorar a todas las escritoras cubanas. Da risa. Incluso cuando a uno de ellos, yo se lo reprochaba de tú a tú, me respondió en tono descompuesto… “¿y por qué hay que mencionar a las escritoras?” Podía haberle respondido que en “su” caso en particular porque cuando hablaba, además de a título propio, hablaba en nombre de una institución. Pero, en ese momento su tamaña ligereza me dejó sin habla. Luego pensé que es tanto el aporte de las escritoras que algunos tratan de multiplicarlo por cero. Inútilmente, por cierto. Pensando ahora en una tradición, la lista sería larga y en todos los géneros. Ahí están mis textos con nombres que se pueden consultar.


¿Qué le place más: ser poeta, novelista, ensayista o cuentista?


Narradora, te contesto sin ambages. Lo de “ensayista” ha sido siempre una obligación, un deber a cumplir, una forma también de expresar mi visión de la literatura o exponer algunas opiniones sobre aspectos que consideraba “maltratados”. La poesía me duele, o proviene del sufrimiento. Como usas la palabra “place”, pues te reitero entonces, ampliando algo los márgenes, que disfruto el ejercicio de la prosa, ya sea de ficción o periodística.


Ha dicho: “Me atrae lo desconocido, lo nuevo, lo no aceptado por el común”. ¿De dónde le viene esta rebeldía?


Sé que algunos me consideran picapleitos. En realidad preferiría estar alejada de toda mundanal trifulca, pero no me quedo callada ante nada que considere mal hecho o de expresar mi opinión, aunque no coincida con lo considerado “correcto”. Mi mamá me recomendaba: “muérdete la lengua”. Y no, nunca he podido, y mejor así, ¿De dónde me viene? ¿De mis genes asturianos, el único reino que no se rindió? ¿De una educación insistente en la honestidad?


Algunos críticos han señalado una preocupación ética en su escritura. ¿Cuáles son los valores más importantes en los seres humanos, los que les gustaría que otros identificaran en su obra?


La solidaridad. El sentido del humor. La honradez y la búsqueda de la verdad aunque esta te pierda. La compasión por el ser humano.


Y de usted misma, ¿qué es lo que más le gusta? ¿Lo mejor y lo peor si es que podemos definirlo?
Me gusto a mí misma cada vez que enfrento una injusticia. Lo mejor, la lealtad. Lo peor, mis furias. Y lo mejor y lo peor mezclado: la inconformidad.


¿Alguna vez ha pensado en escribir algún texto autobiográfico, tal vez sus memorias?


Por supuesto que sí. Aunque los fragmentos autobiográficos están en todo lo que escribo, incluso en los ensayos académicos. Soy supersticiosa en cuanto a hablar de lo que estoy escribiendo. O realmente es que soy muy vaga y si lo cuento una vez ya no tengo fuerzas para escribirlo. No obstante, algo te voy a comentar. Siempre ando con un proyecto de novela. ¡Cuántos no han quedado en el camino de los escollos cotidianos o de la pereza! Este último avanza con lentitud y en estos momentos está anclado, firmemente anclado en un mar proceloso. Con esto digo que aunque no avanzo, espero que no se hunda como los anteriores. Trata sobre la confusión de la historia en el destino de mi generación. Seguramente voy a tener puntos de contacto con otros colegas, hemos compartido muchos avatares generacionales y además hay asuntos y sucesos que, como diría Bob Dylan, están “blowing in the wind”.


Nuevas historias siempre pululan en mi cabeza, el lío es pasarlas al papel. De igual manera, hay historias reales que no admiten su transformación en ficción. Así que quizá algún día escriba esas “memorias”. Incluso he “amenazado” con ellas a algunos que me han dado algunos palos. O quizá vaya contándolas poco a poco en las entrevistas inteligentes que me hagan…. Como esta.


[*] Este trabajo forma parte de una serie de entrevistas, realizada por la autora a narradoras cubanas contemporáneas y fue publicado en la revista Unión, No. 66, 2009.


Fuente: La Jiribilla



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